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La noche del 10

Hace lo posible para ocultar la emoción que lo acorrala como ningún jugador rival logró hacerlo en los anteriores 90 minutos. El barbijo contribuye a disimular el torrente de sensaciones. Sus ojos, en cambio, reflejan con nitidez la situación. Lionel Messi está llorando. No de tristeza, amargura o impotencia. Llora de felicidad. El capitán de la Selección argentina disfruta del día -en rigor de verdad, la noche- que soñó siempre. El público que regresó a las tribunas del estadio Monumental lo contiene. Todos lagrimean. Está conmovida La Pulga. Y conmovió a todos.

«Soñé muchísimo con este día y gracias a Dios llegó. No tengo palabras para agradecerles por todo el cariño recibido. ¡Qué noche hermosa! Lo disfruté muchísimo. Inolvidable».

La confesión en la entrevista pospartido es reveladora. Messi se siente libre para expresarse. Se sacó un peso de encima. Está convencido de que no tiene cuentas impagas. Y llora. Al principio procura ocultarlo. Tal vez por esa falsa noción de fortaleza tanguera que postula que “un hombre macho no debe llorar”. Luego se lo permite. Es un momento único en la historia reciente del Seleccionado. Casi tan grande como la obtención de la Copa América en suelo brasileño. Dos hitos. Diferentes, pero hitos al fin.

MÁS QUE UN SUEÑO HECHO REALIDAD

Hace rato que Messi es el mejor jugador de la Selección. Lo fue prácticamente desde que debutó. Es de los más grandes de la historia como en su momento lo fueron el Charro José Manuel Moreno en la Argentina y Alfredo Di Stéfano, Pelé, Diego Armando Maradona, Johan Cruyff, Ronaldinho o Zinedine Zidane en el mundo. Pero le faltaba algo. Lo sentía él y también los hinchas que ahora no tienen empacho en declararle un amor más incondicional que nunca.

EL ORGULLO DE CAMPEÓN MANIFESTADO EN LA MANO SOBRE EL PARCHE DORADO.

¿Le faltaba ganar algo con la Selección? Es posible. Ya lo consiguió después de haber perseguido el éxito con insistencia durante 15 años. La postal de la Copa América en sus manos es una suerte de redención para tanto esfuerzo y tanto sufrimiento.

Pero el título, tan necesario como trascendente, es apenas la manifestación material que exige un mundo que distingue salvajemente a ganadores de perdedores. No todo es ganar. No todo es perder.

El rosarino se golpea una y otra vez el pecho en el que reluce el parche dorado que testimonia la victoria copera. Le urgía saberse campeón en su país como lo fue tantas veces en sus días en el Barcelona. Ya no carga la pesada mochila que llevó sobre sus hombros durante tanto tiempo.

Quizás no perciba que más allá del título, lo que se esperaba de él -decir que se le exigía constituye un exceso imperdonable- era que asomara como el héroe albiceleste que se sueña con ver en acción desde que Maradona falta en una cancha. Y encarnó a la perfección ese rol.

UN LIDERAZGO QUE NO ES CASUAL

Messi es otro y no solo por haber comandado al equipo nacional a la conquista de América. La Pulga se convirtió en el líder que el pueblo futbolero -y también el periodismo, vale admitirlo- aguardaba.

Ya no pasea su decepción en la cancha hundiendo la mirada en el césped como si allí pudiera encontrar las respuestas a los interrogantes que se le presentaban. Hoy se lo nota invencible y con una determinación a prueba de balas.

La Selección siempre dependió de él y en ocasiones esa presión lo desbordó. En este momento la única diferencia -no menor, por cierto- es que la responsabilidad no lo asfixia porque de una vez por todas encontró un equipo que se juega por él.

Antes, cuando se ponía el ojo sobre el club de amigos de Messi, el Seleccionado contaba con estrellas que cuando vestían de celeste y blanco no brillaban con el mismo fulgor que en sus equipos. Entonces se encomendaban a lo que el capitán pudiera hacer para rescatarlos. Le daban siempre la pelota para que resolviera todo por sus propios medios. Sin saberlo, lo abrumaban.

EL ROSARINO ENCONTRÓ UN EQUIPO QUE SE JUEGA POR ÉL.

En el equipo de Lionel Scaloni irrumpieron futbolistas que, aunque también idolatran a Messi, se empeñan en ayudarlo a ser el mejor. Todos levantan la mano para jugar. Y le acercan el balón recién cuando notan que surge la oportunidad para que el talento del capitán se transforme en la llave del éxito. La Pulga es la solución, pero no el único camino. Eso se nota hoy más que nunca.

Ya no debe retroceder a la mitad de la cancha para armar la jugada y tener el resto suficiente para definirla. Si él decide bajar, lo hace cuando lo cree conveniente sin la obligación de tirar el centro y entrar a cabecear.

Tiene compinches como en el pasado cercano. La buena onda que lo une a Ezequiel Lavezzi, Sergio Romero, Gonzalo Higuaín, Javier Mascherano, Sergio Agûero y Ángel Di María no es distinta de la que fluye con Rodrigo De Paul, Leandro Paredes, Marcos Acuña o el Papu Alejandro Gómez. Nunca hubo un problema en el terreno de las relaciones personales. La cuestión es cuánto lo ayudan sus compañeros; y ahora lo ayudan mucho. De ese modo le alivian la carga. Más livianito, Messi es imparable. Y, lo más importante, se lo observa más feliz que nunca.

Esta situación se extiende a Di María. Aunque las cualidades de Fideo nunca estuvieron en duda, sus aportes a la Selección no se antojaban tan notorios. Para colmo de males, las lesiones se empecinaban en aparecer en los instantes más inoportunos. Esa era una manifestación de la presión que soportaba. Por eso él también vive un período de redención.

CAEN TODOS LOS RÉCORDS

En una época en la que se persigue casi con desesperación la idea de que los récords existen para batirse, Messi va derribando uno tras otro. Hace mucho que es el goleador histórico del elenco nacional y no hace tanto se convirtió en el hombre que más partidos disputó con la camiseta celeste y blanca. Desde anoche también pasó a ser el máximo artillero de un seleccionado en el fútbol sudamericano.

CON EL TRIPLETE A BOLIVIA SE CONVIRTIÓ EN EL GOLEADOR RÉCORD EN SUDAMÉRICA.

Con su triplete en el 3-0 contra Bolivia llegó a los 79 tantos en la Selección. En un momento del partido alcanzó los 77 de Pelé y unos minutos más tarde lo superó.

Si las estadísticas se tomaran como un desafío a superar, lo único que le falta sería rebasar la impactante marca de 111 conquistas de Cristiano Ronaldo en Portugal. No significa que deba hacerlo. Tampoco que no conseguirlo lo haga menos grande de lo que es. Messi y CR7 son los mejores de su generación y han acaparado balones de oro y cuanta distinción exista en los últimos 15 años. Son dos fenómenos.

Pero más allá de los asombrosos números que jalonan la carrera del rosarino y de la noción de libertad que le otorgó la Copa América, lo más valioso hoy es que Messi por fin es feliz cuando sale a la cancha con la Selección. Solo así se entiende su emoción, su alegría y sus lágrimas en el triunfo sobre Bolivia.

No quedan dudas de que merecía este momento. El fútbol tenía que hacerle gozar una noche de diez. Y, de paso, que todos gocen la noche del 10.