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Con su gol, Messi contagió a todos y hoy la esperanza está viva

LA PULGA APARECIÓ EN EL MOMENTO JUSTO PARA GUIAR A LA SELECCIÓN A LA VICTORIA.

El fútbol es contagio. Basta con que alguien rompa el molde para que otros encuentren inspiración y lo imiten. En la Selección el más capacitado para cambiar el trámite de un partido es Lionel Messi. Si él juega, el resto seguirá sus pasos. Si él acierta, sus compañeros van a perder el miedo de probar puntería. Y La Pulga apareció en el momento justo, exactamente cuando Argentina necesitaba alguien que le mostrara el camino. Y con un gol del capitán y con otro de Enzo Fernández -¡cómo juega ese pibe!- el equipo de Lionel Scaloni se impuso a México y se ganó el derecho a seguir soñando con un futuro mejor en Qatar 2022.

Hasta que Messi se quitó de encima al Messi ausente que había recorrido la cancha con cierta apatía en la primera hora de acción, Argentina parecía carecer de la ambición para construir el triunfo que tanto la urgía. Pero La Pulga se encontró con Ángel Di María, sacó un zurdazo cruzado que superó la estirada de Memo Ochoa y le mostró el rumbo a los albicelestes.

Casi sobre el final del segundo tiempo, Enzo Fernández, un fenómeno de los que no aparecen todos los días, estampó el 2-0 con un remate hermoso de esos que tienen apariencia de gol no bien abandonan el botín del ejecutor. Al mediocampista del Benfica no se le aflojan las piernas en un Mundial. Desfachatado, entra y cambia el partido. O se asocia con Messi para que el partido sea otro.

UN CAMBIO ABISMAL

En realidad, la Selección fue otra. Porque a partir del vital tanto de Messi, el equipo abandonó la insoportable levedad del primer tiempo. En los 45 minutos iniciales pareció que las huestes de Scaloni no habían entendido el estado de necesidad de urgencia en el que se encontraban.

En esas condiciones, un equipo debe dar muestras de que está decidido a ser protagonista de su destino. No puede bajo ningún punto de vista entregarse mansamente a que el destino guíe sus actos. La Selección cometió ese pecado en el período inicial.

EL GOLAZO DE MESSI.

Salió a esperar. ¿A esperar qué? Es difícil contestar esa pregunta. Su plan no era acorralar a México contra la valla de Ochoa. De hecho, su intención ni siquiera consistía en atosigar a los mexicanos en las cercanías de su arco. Los de Scaloni se entregaron a la curiosa idea de aguardar alguna posibilidad que surgiera de un error ajeno en lugar de apostar todo a un acierto propio.

Como el equipo de Tata Martino estaba al margen de las preocupaciones que los albicelestes sufrieron en los últimos días, no tenían demasiado apuro y su mayor objetivo pasaba por acertar con que un desacople defensivo de su rival les permitirá a Lozano o a Vega quedar en posición favorable para enfrentar a Dibu Martínez. Es cierto: no era una apuesta demasiado arriesgada la de los norteamericanos.

Los arqueros pasaron 45 minutos muy tranquilos. Ochoa apenas debió salir a cortar un centro y su colega argentino solo tuvo que dar muestras de su seguridad ante un tiro libre de Vega. Ni antes ni después, el 0-0 corrió riesgo alguno.

A Argentina le costó tener la pelota. Mejor dicho: le costó saber qué hacer cuando disponía del balón en su poder. La principal falla estaba dada por el empecinamiento de no acelerar jamás. Hacía todo a un ritmo cansino, casi aburrido. Salvo por algún esporádico arranque del Huevo Acuña o de Di María, los de Scaloni jugaban a esperar que los minutos pasaran y de la nada apareciera una oportunidad para atacar.

Impreciso Rodrigo De Paul, ausente Messi, nunca abastecido Lautaro Martínez, las proyecciones de Acuña y Gonzalo Montiel y las pocas buenas intenciones de Di María se antojaban como recursos muy pobres para cosechar el primer triunfo vital para que la aventura mundialista no tuviera un final tan abrupto como inesperado.

POR SUERTE APARECIÓ LA PULGA

Era evidente que, de continuar con la misma actitud y el mismo funcionamiento, Argentina iba a ver seriamente comprometida su permanencia en el torneo. El técnico comprendió que debía meter mano en la formación para potenciar a un equipo demasiado pasivo.

Scaloni escogió a pibes valientes que se comen la cancha cuando les dan una oportunidad. Enzo Fernández es uno de esos. También Julián Álvarez, otro que entró en acción y tuvo osadía para acercarse a Messi y proponerse como una alternativa más válida que Lautaro Martínez, consumido por los centrales mexicanos.

EL ABRAZO DE LIONEL MESSI CON ENZO FERNÁNDEZ, UN PIBE QUE JUEGA SIEMPRE BIEN.

Los albicelestes dejaron de ser inofensivos. Dejaron de esperar un guiño de la providencia y optaron por adelantarse en la cancha. Si querían ganar -porque necesitaban hacerlo- debían buscar el triunfo. Y Argentina modificó su actitud, mejoró su rendimiento y empezó a acercarse con más frecuencia. Esa metamorfosis fue consecuencia directa de una mayor disposición para jugar, para que todos se atreviera a juntarse y darle mejor destino a la pelota.

Di María, Enzo, Julián, el Huevo y Nahuel Molina -de positivo ingreso- le brindaron mejor compañía a Messi. Y más contenida, La Pulga se erigió en el líder que el equipo necesitaba para no arder en las llamas del infierno que podría haberse desatado en caso de no haber ganado.

Su gol contagió al resto. Es verdad: con los cambios de piezas el Seleccionado era otro. Pero hacía falta un impacto anímico que afirmara las nuevas sensaciones. El zurdazo que superó la estirada de Memo fue ese impacto.

OTRO EQUIPO

LIONEL SCALONI METIÓ MANO EN EL EQUIPO Y ACERTÓ.

Con la ventaja, Argentina entendió que el partido le daba nuevas oportunidades. Ya no era terreno fértil para el sufrimiento que el 0-0 extendía como si la derrota a manos de Arabia Saudita fuera imposible de olvidar. Arriba en el marcador, el equipo podía levantar la vista y hacer lo que debía haber hecho desde el pitazo inicial del árbitro italiano Daniele Orsato. ¿Qué debía hacer? Muy simple: librarse de las ataduras anímicas.

Scaloni acertó modificando la estructura. No se ató al dibujo táctico de siempre. Entraron Exequiel Palacios y Cristian Romero y de pronto apareció una inédita línea de tres en el fondo. El Cuti borró las dudas del debut y se unió a la notable faena que estaban cumpliendo en el fondo Nicolás Otamendi y Lisandro Martínez. La retaguardia se transformó en una muralla impenetrable.

Molina y Acuña trepaban por los costados. Palacios se mostraba. Enzo también y, por si fuera poco, atacaba. Julián levantaba la mano y se proponía como opción. De Paul levantó un poco su nivel. No tanto, lo suficiente apenas.

A México se le presentó el peor escenario posible. Carecía de la riqueza ofensiva para comprometer el triunfo argentino. Martino varió la fórmula de ataque, pero su equipo se hizo todavía más inofensivo. La intensidad que exhibió su rival lo ató de pies y manos.

Sí, el fútbol es contagio. Argentina arrastraba la preocupación y la desilusión causadas por un debut inesperado. Pero cambió. Messi acertó y mostró el camino. Sus compañeros lo siguieron. Por eso, hoy todo es alivio y esperanza. Y la esperanza es lo último que se pierde.

LA SÍNTESIS

Argentina 2 – México 0

Argentina: Emiliano Martínez; Gonzalo Montiel, Nicolás Otamendi, Lisandro Martínez, Marcos Acuña; Ángel Di María, Rodrigo De Paul, Guido Rodríguez, Alexis Mac Allister; Lionel Messi, Lautaro Martínez. DT: Lionel Scaloni.

México: Guillermo Ochoa; Kevin Álvarez, Néstor Araújo, César Montes, Héctor Moreno, Jesús Gallardo; Luis Chávez, Héctor Herrera, Andrés Guardado; Hirving Lozano, Alexis Vega. DT: Gerardo Martino.

Incidencias

Primer tiempo: 41m Erick Gutiérrez por Guardado (M). Segundo tiempo: 12m Enzo Fernández por G. Rodríguez (A); 17m Nahuel Molina por Montiel (A); 17m Julián Álvarez por Lautaro Martínez (A); 18m gol de Messi (A); 22m Raúl Jiménez iménez por K. Álvarez (M); 20m Uriel Antuna por Vega (M); 23m Cristian Romero por Di María (A); 24m Exequiel Palacios por Mac Allister (A); 27m Roberto Alvarado por Lozano (M); 41m gol de E. Fernández (A).

Amonestados: Montiel (A); Araújo, E. Gutiérrez, Herrera, Alvarado (M).

Estadio: Lusail Iconic (Doha). Árbitro: Daniele Orsato, de Italia.