La Selección argentina es un equipazo. No existe una forma más concreta de explicar las bondades de un conjunto albiceleste que va camino a convertirse en uno de los mejores de la historia. Quizás ya lo es. Resulta difícil hacer juicios tan tajantes cuando se está preso de la seducción que provocan los triunfos en cadena de este Seleccionado tan voraz. Pero sí, Lionel Scaloni armó un equipo increíble.
No está Lionel Messi y esa ausencia, que en cualquier otro momento habría causado una preocupación enorme, hoy sirve para que Argentina exhiba su madurez. Falta el capitán, no importa: el resto se las ingenia para disimular esa situación. Y lo más importante es que a pesar de que no esté el mejor, el equipo no pierde su fútbol pleno de jerarquía.
Thiago Almada apareció y dejó en claro que la camiseta no le queda grande. No juega de Messi, juega de Almada. Se lo ve como el pibe que causó asombro en sus primeros días en Vélez y no como el que voló bajo en una liga de segundo orden como la estadounidense, que después no hizo pie en Botafogo y que hoy intenta afirmarse en el Lyon.

Almada exhibe lo mejor de su repertorio técnico y, al mismo tiempo, se asocia al mecanismo de presión asfixiante que caracteriza a esta Selección en la mitad de la cancha. Enzo Fernández y Alexis Mac Allister son los abanderados de la lucha. Agotan con solo mirarlos. Junto con ellos está Rodrigo de Paul, un motorcito que no falla jamás. Y también se luce Leandro Paredes con su abrumadora suficiencia para construir juego.
Scaloni quemó todos los tratados de táctica y estrategia del fútbol. Diseñó un mediocampo sin hombres de marca y terminan marcando todos. Esa zona del terreno es un campo minado en el que caen abatidos los rivales que la recorren. Allí, Argentina domina a voluntad y si es verdad que los partidos se empiezan a definir a partir del control de la mitad de la cancha, la supremacía en ese sector constituye el secreto de este equipazo.

¿Qué se puede decir de Julián Álvarez? Es un fenómeno. No solo juega cada día mejor, sino que riega el césped con su sudor. Corre a todos los adversarios en procura de colaborar en la recuperación de la pelota y, por si fuera poco, siempre está listo para sumarse al circuito creativo. Y como parece incansable, se hace tiempo para cumplir la misión de un goleador. Es completo. Emociona verlo en acción.
Este Seleccionado de lujosos obreros cuenta con el respaldo de una defensa firme, confiable y que también se muestra dispuesta a contribuir en la salida prolija. Es cierto: en ocasiones parece excederse en el toque en las cercanías de su propia valla. Nahuel Molina y Nicolás Tagliafico clausuran los costados y avanzan con decisión hacia adelante y Cristian Romero y Nicolás Otamendi son una garantía de seguridad. Y hay más: en el arco está Emiliano Martínez, ese entrañable Dibu que se antoja invencible.
Y POR SI FUERA POCO, GOLEÓ A BRASIL
Argentina expuso estos formidables atributos en una goleada sobre Brasil. Fue 4-1, pero la diferencia en este duelo que terminó de depositar al equipo en el Mundial 2026 pudo haber sido más abultada. Quedó consumada una lección de fútbol impartida por un campeón del mundo con todas las letras. Es campeón y juega a lo campeón. Importa poco y nada que enfrente esté una potencia como la que visitó el Monumental.
La arremetida plena de confianza de Julián para abrir la cuenta fue un renovado homenaje a la corajeada del Matador Mario Alberto Kempes contra Países Bajos en 1978. Más tarde, un par de notables acciones colectivas fueron el prólogo de las apariciones de Enzo y de Mac Allister para estirar la brecha en el marcador. Sí, hubo un momento de zozobra por la equivocación del Cuti Romero que derivó en el descuento de Matheus Cunha. Una pena que haya fallado un jugadorazo al que habitualmente cuesta encontrarle errores.
No hubo tiempo para preocuparse porque la Selección se recuperó en un abrir y cerrar de ojos. Afrontó la segunda etapa con la convicción de quien se sabe superior. No le dio posibilidades a Brasil. Lo maniató, lo redujo a la nada. Por momentos lo bailó. ¡Bailó a Brasil! Solo un equipazo puede hacer esto realidad.
La confianza de la que hacen gala las huestes de Scaloni provoca que entre en escena Giuliano Simeone y se nutra del estado de gracia general. Le puso la firma a un golazo. Cuando ocurre algo así es porque el equipo contagia. No son apenas once, sino los once que arrancan el partido y todos los que se suman y se abrazan la misma causa. Todos para uno y uno para todos.
Se quedó en bravuconadas vacías Raphinha, Vinicius Junior pasó casi inadvertido y Rodrigo terminó peleándose con todos, acorralado por la impotencia. Brasil quedó desteñido, deshecho por un rival infinitamente superior. Hoy Argentina está varios escalones arriba de su adversario más calificado en esta parte de Sudamérica.

Y faltó Messi. No viene mal repetirlo. Tampoco estuvo Lautaro Martínez, un delantero temible que es otra pieza clave de la Selección. Pero, más allá de los nombres, de los que jugaron y de los que se ausentaron, Argentina siempre está. Gana, gana y gana. Ilusiona a los hinchas. Emociona. Sorprende. ¡Qué equipo increíble armó Scaloni!