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Murió Leopoldo Jacinto Luque, un goleador heroico

La Selección argentina necesitaba ganar por cuatro goles de diferencia para instalarse en la final del Mundial ´78. El partido estaba 3-0. De pronto llega el centro de Omar Larrosa al que Daniel Passarella le mete el frentazo que supera la estirada del arquero Ramón Quiroga. La pelota parece ir camino al fondo de la valla peruano. De la nada surge Leopoldo Jacinto Luque y se zambulle en una palomita para terminar de empujar el balón. Después llegaron dos tantos albicelestes más como antesala al triunfo decisivo contra Holanda que hizo posible el primer título del mundo. El Pulpo, ese delantero decisivo y heroico, falleció hoy a los 71 años, víctima de coronavirus.

FORMÓ UNA GRAN DUPLA CON KEMPES.

Luque estaba internado en el área de en terapia intensiva de la Clínica de Cuyo, de la ciudad de Mendoza, donde estaba instalado desde hacía muchos años. Fiel a su costumbre, peleó con todas sus fuerzas para aferrarse a la vida. Perdió la última batalla que le puso por delante el destino.

NO SERVÍA PARA EL FÚTBOL…

Siempre había luchado este hombre nacido el 3 de mayo de 1949 en Santa Fe. Tenía 18 años cuando, en 1968 un técnico de Unión le dijo que no servía para el fútbol, que debía buscarse un trabajo. Tan tozudo como consciente de sus condiciones, él no bajó los brazos y luchó para demostrar que podía triunfar.

EN UNIÓN CON EL LOCO GATTI

Había cursado hasta segundo año de radiocomunicaciones.  Pero él deseaba con el alma ser futbolista. Si hasta se había atrevido a mentirle a su padre, con quien compartía nombres y apellido, que había sido ciclista y deseaba que su hijo siguiera sus pasos. Buscó un lugar en Gimnasia y Esgrima de Jujuy. Después del servicio militar probó suerte en Central Norte de Salta. Volvió con el caballo vencido a Santa Fe y se sumó al Club Atenas de Santo Tomé, donde marcó 30 goles en 70 partidos y Unión, el mismo club que le había bajado el pulgar, pagó dos millones de pesos para tenerlo otra vez en sus filas. Corría 1971.

En el ´72 se fue a préstamo a Rosario Central, donde disputó cuatro encuentros y consiguió tres tantos. Los dos primeros se los hizo al Loco Hugo Orlando Gatti, por ese entonces en Gimnasia, que ese 6 de diciembre perdió 3-1 con los canallas. Regresó al conjunto tatengue, que militaba en la antigua Primera B.

LA CONSAGRACIÓN

No tenía lugar en el equipo e hizo una curiosa promesa: si lo incluían como titular, se dejaba el bigote. Se ganó el puesto y fue clave para que Unión ascendiera a Primera en 1974. Por ese entonces se afeitó como resultado de otro juramento que hizo con sus compañeros Daniel Silguero y Alcides Merlo para festejar el acceso a la elite de ese deporte.

Así, sin bigote, explotó en el fútbol grande en la notable campaña del Unión que dirigía el Toto Juan Carlos Lorenzo con figuras como Gatti en el arco, Ernesto Mastrángelo en la delantera y Victorio Nicolás Cocco y el Chapa Rubén José Suñé en el medio.  Los santafesinos fueron cuartos en el torneo Metropolitano y Luque, que dejó su posición de número 10 para transformarse en 9 por la presencia de Cocco, se lució haciéndole dos goles a River en ese torneo obtenido por los millonarios.

MULTICAMPEÓN EN RIVER.

Los de Núñez, campeones después de 18 años de espera, transfirieron al fútbol español a Carlos Morete. Necesitaban un goleador y recordaron al centrodelantero de Unión. Leo tenía características muy diferentes a las del Puma. No era un rebotero, ni esperaba los centros en el medio del área. A él le gustaba bajar a armar juego desde abajo y entrar tocando al área para definir. Le costó imponer ese estilo, pero terminó siendo reconocido y un puntal en la obtención del Nacional ´75 y el Metropolitano ´77. Si hasta debutó haciéndole dos goles a Boca…

En el Metropolitano de 1976 se despachó con cinco goles contra San Lorenzo. Ese 22 de febrero fue una de sus grandes jornadas en el fútbol. Su víctima fue el Mono Agustín Irusta. Por ese entonces llevaba un tiempo vistiendo la camiseta de Seleccionado nacional. César Luis Menotti lo había incluido como parte de un grupo de jugadores del interior del país que había reclutado en su intento de dotar al elenco albiceleste de los mejores futbolistas del país. Había debutado el 3 de agosto de 1975 marcándole un gol a Venezuela en un 5-1 por la Copa América.

Mientras hacía goles a granel en River (10 en el Metro ´76 y 5 en el Nacional; 18 en el Metro ´77 y 6 en el Nacional) se afianzaba como titular inamovible de la Selección. Era el 9 que Menotti imaginaba para el Mundial. “Está en la Selección porque tiene dos o tres cosas buenísimas, no vaya a creer que tiene diez eh: mucha movilidad, pivotea muy bien y tiene la potencia que debe tener un centrodelantero”, contó en una entrevista con El Gráfico que le dijo el Flaco cuando lo consultó al técnico sobre los motivos que hacían que lo tuviera tanto en cuenta.

ÉPICO Y CAMPEÓN DEL MUNDO

Luque, que había dejado de ser Leo o el Flaco para transformarse en el Pulpo -apodo que le puso Américo Gallego por la forma en la que peleaba con los brazos para cuidar la pelota- llegó al Mundial como uno de los pilares de la Selección.

Cuando las dudas acechaban a las huestes de Menotti después del inesperado y tempranero 1-0 en contra frente a Hungría, Luque aportó el tranquilizador empate transitorio. Ricardo Daniel Bertoni definió el pleito.  Unos días más tarde, contra Francia, el centroatacante marcó un gol fantástico desde fuera del área: Osvaldo Ardiles le pasó la pelota y él, cuando iba devolverle la pared, cambió de idea y le pegó con alma y vida para superar la estirada del arquero Dominic Baratelli.

EL GOLAZO A FRANCIA.

Ese noche, su espíritu indomable lo llevó a quedarse en la cancha a pesar de que se había luxado un codo producto de su ímpetu para intentar levantarse rápido luego de sufrir una fuerte infracción. Le dolía horrores, pero Argentina no tenía cambios disponibles y entonces él, que era el subcapitán del equipo, decidió quedarse a pelear hasta el final con sus compañeros.

Horas después se enteró de que su hermano Cacho falleció esa misma mañana cuando viajaba desde Santa Fe para verlo en acción contra los franceses. Abatido, pensó en dejar la Selección y el Mundial. Su padre le pidió que no lo hiciera. Menotti le dijo que confiaba en que él haría lo correcto. Se quedó. Nunca se había rendido. No sabía cómo hacerlo y se mantuvo firme hasta el final.

Faltó contra Italia y volvió, sin estar en condiciones físicas, contra Brasil. Los defensores verdiamarillos le pegaron varias veces en el codo. Sufría, pero seguía para adelante. Y entonces llegó el definitorio choque con Perú. Argentina estaba contra las cuerdas. Necesitaba cuatro goles de diferencia.

Las mil polémicas que rodearon ese encuentro -surgidas mucho después de 1978 y con una sucesión de argumentos contradictorios y difíciles de comprobar- quedaron enmarcadas en el estruendoso resultado. Argentina 6-Perú 0.

LA PALOMITA CONTRA PERÚ.

Dos tantos de Mario Kempes -con quien formó una dupla ofensiva temible- y uno de Alberto Tarantini tenían a los albicelestes a un paso de la final.  Y entonces llegó la jugada iniciada por Larrosa que derivó en la palomita histórica que allanó el camino. René Houseman anotó el quinto y Luque selló el resultado final.

El sufrimiento y la gloria contra Holanda tuvieron al Pulpo luchando a brazo partido en un partido durísimo. Terminó con su camiseta celeste y blanca cubierta de sangre por un codazo en la nariz que le impidió respirar con normalidad hasta que el triunfo por 3-1 quedó instalado en la historia.

EL OCASO

Luque fue una figura descomunal del Seleccionado campeón del mundo. Pero en River se encontró con la competencia de Ramón Díaz, el pibe que irrumpió con una fuerza descomunal y hacía goles cada vez que Labruna lo mandaba a la cancha. El Pelado terminó también relegándolo en el representativo nacional. El Pulpo fue bicampeón en el Metro y el Nacional del ´79. En ese último certamen se ganó los aplausos con un golazo de taco contra Huracán. La clase se mantenía a pesar del correr de los años

En 1980 tenía mucho menos protagonismo. Era el tiempo de Ramón. Se despidió de la Selección el 4 de enero de 1981, cuando Menotti lo hizo ingresar sobre el final del empate 1-1 con Brasil en el Mundialito de Uruguay. Se cerraba así un fantástico ciclo seis años con 22 goles en 45 presentaciones.

CON MARADONA EN SU ÚLTIMA ETAPA EN UNIÓN.

Volvió a Unión ese mismo año y pareció reverdecer sus antiguos laureles con 12 tantos en 24 partidos. Emigró a México, donde pasó por el Tampico (9 goles en 15 encuentros) y luego tuvo una efímera etapa en un Racing que empezaba a desbarrancarse hacia la B. Dos conquistas en 11 cotejos enmarcaron su opaco tiempo en Avellaneda.

Se fue otra vez a México -jugó en el Santos- y regresó a Chacarita, donde no logró destacarse. Entonces empezó un peregrinaje por equipos del interior. Firmó para Argentino de Firmat en la antesala del Nacional ´85 pero no llegó a debutar. Después se mudó a Boca Unidos de Corrientes y en 1986 se despidió en Deportivo Maipú de Mendoza, la provincia que eligió para quedarse hasta el último de sus días.

Incursionó en la dirección técnica en Unión (hizo debutar a Oscar Passet, Alberto Acosta y Ricardo Altamirano, entre otros), Central Córdoba de Santiago del Estero, Belgrano de Córdoba y varios equipos mendocinos (Deportivo Maipú, Gimnasia, Independiente Rivadavia y Argentino).  Tuvo una casa de deportes y se fundió. Los divorcios lo dejaron con una mano atrás y otra adelante, pero se recuperó como siempre lo hizo. Condujo una escuela de fútbol en Mendoza y fue un caza talentos de River en territorio cuyano.

Leopoldo Jacinto Luque murió hoy a los 71 años. Con él se llevó goles decisivos y un lugar importantísimo en la historia del fútbol argentino, que lo recordará eternamente como un artillero decisivo y heroico.