Por Victorio Pirillo *
En una parte del mundo donde despóticamente se gobierna tras la máscara de la “democracia” y en donde ésta considera despreciable a gran parte de la humanidad por creerla una plaga descontrolada sin posibilidades de desaparecer, allí viven seres perturbadores situados en una economía globalizada, donde los Estados bajo la dominación de las corporaciones se han convertido en meros municipios, y en donde la vida de las personas carece de valor absoluto.
A pesar de esto y a la pobreza a la que los distintos gobiernos la arrastraron, todavía la sociedad sigue esperanzada. En gran parte, muchos de sus miembros continúan pensando que pueden colocar en venta su fuerza de trabajo (que es volver al punto de partida de los países subdesarrollados). Antaño, las personas aprendían a conservar y enorgullecerse de su labor. Ahora, en este mundo deshumanizado, obligan a la muchedumbre a que se resigne a no tener un puesto laboral, o en su defecto aceptar sin reticencia alguna lo que el sistema le imponga. Así, la gran mayoría de los hombres y mujeres de este nuevo escenario horrendo hecho a imagen y semejanza de aquellos que lo conducen, no tienen ninguna inspiración de valor racionalizada que los estimule a seguir viviendo en un cosmos donde, sin haberlo pedido, se encuentran afligidamente coexistiendo.
La sociedad siembra su esperanza en ser favorecida y con ello conserva su ilusión. Las exenciones impositivas, desgravaciones, subsidios, asistencia crediticia y las posibilidades de crecimiento verdaderas estarán vedadas para las grandes mayorías, siendo solo las ruines y criminales corporaciones las que el poder real resuelva que deben ser asistidas y sus ganancias sacralizadas. De esta manera, millones de personas quedan libradas a su suerte, y así el slogan “el trabajo es un derecho” es reemplazado por “el desempleo es una obligación” por parte de los gobernantes que vuelven a responsabilizar a las personas del saqueo y el quebranto al que los distintos actores políticos nos han llevado hasta el presente.
El efecto de infravaloración al que son inducidas las personas tiene el fin encubierto de hacerlas sentir que ya no sirven para nada, porque les han robado hasta la dignidad. La consigna es: No dejen que las almas traten de buscar otras opciones que le permitan superarse o contentarse; traten en lo posible de que estas repitan de manera reiterada todo aquello que la condujo al fracaso. Es sabido que la frustración es la réplica emocional común que advertimos cuando ostentamos un deseo, una necesidad, un objetivo y no logramos compensarlo. Acto seguido sentimos ira, disgusto y decepción, un estado no saciado donde la persona se percibe completamente vacía. En fin, cuanto mayor sea la pared o muro que ponga escollos a nuestras aspiraciones, mayor será el desengaño y la frustración.
En el escenario precedentemente descripto, una parte importante de la población que tiene representaciones suicidas está recorriendo una situación de ambivalencia. En sí, anhelaría morir si su vida se perpetúa de la misma manera esperando las mejoras del “estado de bienestar” que siempre se anuncia pero que nunca llega, y desecharía tal idea si se produjeran cambios significativos en ella. El Ministerio de Salud de la Nación advierte que en nuestro país hay un suicidio cada 3 horas.
En la Argentina actual hay gatillos que disparan balas que agudizan y llevan a la depresión. Esas causas pueden ser factores socioeconómicos, la falta de trabajo, pobreza, inseguridad, problemas de salud mental no tratados ni seguidos por el Estado, falta de vivienda, el narcotráfico, falta de acceso a la atención médica, la falta de apoyo social o aislamiento. Todas estas generan un ambiente en una parte importante de la población que abona las conductas suicidas, conforme lo aseveran destacados y reconocidos profesionales en esta materia. Hoy nos encontramos con una sociedad entre el abandono y el fracaso del sanitarismo populista.
La deficiencia del Estado populista, como así también del conservador liberal, nos ha llevado en gran parte a esta triste situación actual. En sí, podemos ver la adaptación social de un nuevo y readaptado “apartheid” planificado para conservar el poder de la minoría elitista que no quiere perder su lugar de privilegio frente a las mayorías excluidas. Esta minoría se escuda falsamente bajo el principio del llamado “hombre libre”, pero lo real y concreto es que todos los modelos políticos conocidos hasta el presente profundizaron la miseria, instalando un nuevo y reajustado esquema de esclavitud. Este eyecta a los individuos de su dignidad y del conocimiento, encadenando los sueños, instalando la degradación mental, la miseria social, penalizando las ideas, el progreso, el bienestar, la solidaridad, la educación, fomentando la individualidad y desintegrando la familia. En sí, hasta hoy, el destino de la humanidad del que no escapamos recayó siempre en manos de los mayores sinvergüenzas que han puesto en evidencia que el delito no es individual sino social. Siempre cometido por aquellos que se han garantizado ser gobierno para frustrar y quebrar la voluntad de los pueblos sometidos por estos.
La educación es la verdadera revolución de los pueblos. Mientras como sociedad le sigamos dando la espalda, seguirán rechinando los grilletes que nos esclavizan y nos alejan cada vez más de alcanzar una sociedad donde reine la igualdad y el bienestar general para todos.
- Secretario general del Sindicato de Trabajadores Municipales de Vicente López. Escritor.