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¿Fue Menem el padre de la criatura?

La muerte del expresidente Carlos Menem reavivó polémicas, agitó viejos debates, nos trajo algunas fotos sepia de una época que ha quedado definitivamente atrás. Amado y odiado, imposible decir en qué proporciones, el riojano fue, para bien o para mal –y aquí depende también en qué vereda uno se pare-, un revolucionario.

Aquel gobernador casi desconocido, excéntrico, piloto de rally, mundano de vuelo bajo, cambió entre gallos y medianoche su poncho por un traje de corte europeo, y recortó sus patillas. Y con ese movimiento le abrió las puertas a lo impensado.

Paradójicamente, terminaron maldiciéndolo quienes lo habían votado, seducidos por la iconografía peronista, y lo abrazaron, le dieron su calor aquellos mismos que, algunos meses antes de los comicios, amenazaban con dejar el país si ganaba esa caricatura del Tigre de los Llanos.

Pocos lemas de campaña son tan breves y descriptivos al mismo tiempo como éste: ‘Menem lo hizo’. Es una frase con efecto, como un puñal en la memoria. Menem privatizó las empresas públicas, anquilosadas, que prestaban un servicio lento y burocrático. Pero en el camino se quedaron con algún vuelto y, dicho sea de paso, las multinacionales no compitieron entre sí ya que el mercado fue dividido de manera tajante: el norte del país para unas, el sur para otras.

Desmanteló los ferrocarriles, pasando su administración a la órbita provincial, es decir a manos de gestiones que a duras penas podrían sostenerlo, y que dependían en mucho del giro bondadoso del Tesoro de la Nación. En esa misma lógica cayó la educación, y no podemos decir a esta altura que haya sido un acierto.

Pero por lo que mayormente la sociedad lo recuerda no es por haber montado un sistema económico liberal revolucionario en la Argentina, sobre todo porque lo ejecutaba un peronista, sino y sobre todo por el esquema de política monetaria al que se le dio el nombre de Convertibilidad. Un pase de magia que nos depositó, en un abrir y cerrar de ojos, en Disneylandia.

Para implementar este esquema monetario que taló la inflación a su mínima expresión durante diez años y catapultó a miles de argentinos a los más recónditos rincones del planeta,  Menem llamó a Domingo Felipe Cavallo y lo transformó en su ministro de Economía. Y aquí comienzan los roces. Porque si cuando un programa económico fracasa todos los piedrazos son para el ministro, cuando es exitoso, el que asume la paternidad del modelo es el presidente de la Nación. Pero, ¿fue realmente Menem el padre de la criatura?

TÚNEL DEL TIEMPO

Cuenta Domingo Cavallo en su libro ‘Historia económica de la Argentina’ (El Ateneo), escrito junto a su hija Sonia Cavallo Runde, que el sistema lo había traído él bajo el brazo como parte de su propuesta de gestión, lo que no es igual a que lo haya inventado. Pero, de alguna manera, ambos se disputaron, más temprano que tarde, las mieles del éxito.

“Asumí el cargo de ministro de Economía el 31 de enero de 1991, con responsabilidad no sólo sobre las finanzas, sino también sobre el comercio, la agricultura, la industria, la minería, la energía, el transporte y las comunicaciones. Menem aceptó la opinión de que el gobierno necesitaba un equipo preparado para trabajar de manera coherente y con un liderazgo claro. Pude nombrar secretarios y subsecretarios que ya habían trabajado conmigo en la investigación o en el gobierno”, escribió Cavallo.

“La inflación se aceleró en enero y se proyectaba que sería aun más alta en febrero, ya que el precio del dólar había saltado de 5.000 australes a cerca de 10.000 en sólo unos días. La  población temía que la economía estuviera nuevamente al borde de la hiperinflación”.

¿Entonces qué hizo? “Decidí dejar que el austral flotara después de pagar en efectivo toda la deuda a corto plazo de la tesorería con recursos proporcionados por el Banco Central. El tipo de cambio se estabilizó a 10.000 australes por dólar y, por casualidad, la base monetaria fue muy cercana a 10.000 veces el monto en dólares de las reservas de divisas en el Banco Central. Concluí que estábamos preparados para implementar un nuevo régimen monetario que reemplazara al austral por el peso en una relación 10.000 australes igual a un peso”.

El 14 de marzo, Menem presentó al Congreso el borrador de la Ley de Convertibilidad. El 28 de marzo la Cámara de Diputados y el Senado aprobaron la ley. Entró en vigor el 1 de abril de 1991.

DE QUÉ HABLAMOS

Cavallo explica en su libro que “la Ley de Convertibilidad creó un nuevo sistema monetario basado en el peso, que ahora era convertible en dólares en una base de uno a uno y estaba totalmente respaldado por reservas extranjeras”.

Con este nuevo esquema la tasa de inflación bajó inmediatamente. En abril de 1991 cayó a 2,9% mensual, la nada misma si se tiene en cuenta que en enero el índice había sido del 27%. Pero eso no fue todo, sino que siguió bajando y se estabilizó en menos del 0,5% mensual durante una década.

“La drástica desinflación provino de una completa eliminación de las expectativas inflacionarios que fue la consecuencia de asegurar al público que no se imprimiría dinero para financiar el déficit presupuestario del gobierno. El respaldo obligatorio del peso por una cantidad equivalente de dólares y la competencia del peso con el dólar como medio de intercambio y reserva de valor, aseguró que el Banco Central no podía imprimir dinero para crear crédito, ni para el gobierno ni para el sector privado”, resalta el exministro.

Técnicamente no se trataba de una caja de conversión, y mucho menos de un sistema de dolarización. “La Ley de Convertibilidad fijó un tope sobre el tipo de cambio de pesos por dólares, pero no fijó un piso. En consecuencia, el peso podría haber flotado y se podría haber apreciado en momentos de fuertes entradas de capital. La Convertibilidad, más que el tipo de cambio fijo, era la regla permanente que necesitaba la economía argentina”.

Pero ya se sabe, la paridad 1-1 ejerció sobre los políticos una especie de fascinación. ¿Para qué iban a dejar flotar el peso, si con esa paridad casi fija ganaban todas las elecciones? Tanto temor generaba el cambio que hasta Fernando De la Rúa hizo su campaña presidencial prometiendo que conservaría la convertibilidad.

“Desafortunadamente –escribe Cavallo-, la oportunidad de tener convertibilidad sin un tipo de cambio fijo se perdió en 1997. Después de las crisis de Rusia y el Brasil, ya no era posible, a menos que se reestructurara la deuda para evitar la concentración de vencimientos en dólares”.

La Convertibilidad, de la cual Menem se mostraba orgulloso como si él mismo la hubiera creado, y que Cavallo presentaba como propia en cuanto foro y universidad se diera cita, tenía puntos clave: el peso debía ser respaldado por igual cantidad de dólares en las reservas del BCRA, y para que esto ocurriera el gasto público debía ir a la baja.

Al comienzo, las cosas arrancaron relativamente bien. Los gastos gubernamentales, que habían representado el 34,7% del PBI en 1989, bajaron al 28,4% en 1990. Pero el ritmo se hizo insostenible por varias razones, entre ellas el impacto social de algunas medidas, el incremento del desempleo y la necesidad de tender una red para sostener a todos los que se habían caído del sistema. También la política siguió con su despilfarro sin miramientos.

La tensión económica y política resintió la relación de Menem con Cavallo. No podía haber dos vedettes sobre el mismo escenario. Cavallo renunció entonces en julio de 1996. Y disparó munición gruesa.

Enfatiza en su libro que “Roque Fernández –su sucesor- decidió que no se necesitaban más reformas, y como el país tenía pleno acceso a los mercados de capitales internacionales, consideró mejor poner la economía en ‘piloto automático’. El y Pedro Pou, el nuevo presidente del Banco Central, comenzaron a discutir la posibilidad de pasar de la convertibilidad a la plena dolarización de la economía”. A todas luces, Cavallo lo considera “una idea equivocada”.

La economía ingresó en recesión en el cuarto trimestre de 1998 “originada en la importante expansión de los gastos provinciales financiados por los bancos locales”. No sólo crecía el déficit fiscal, sino que ya tampoco ingresaban los dólares de antaño, puesto que se habían privatizado todas las empresas estatales de sectores clave, y el crédito estaba cortado.

Carlos Menem dejó la presidencia en manos de Fernando De la Rúa. Le cedió el bastón de mando, y también la bomba de tiempo del esquema de Convertibilidad sin dólares que lo pudiera respaldar.

En 2001, De la Rúa mandó a llamar a Cavallo nuevamente, a quien consideraba el padre del modelo, para que reparara su mecanismo dañado. Pero ya era demasiado tarde. Ya sabemos cómo terminó esta historia.