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El fútbol argentino perdió una oportunidad histórica

Todos recuerdan el 9 de diciembre de 2018. Lo mantienen vivo los hinchas de River con su ya legendaria victoria en el estadio Santiago Bernabéu, de Madrid. Intentan mitigar sus efectos negativos los de Boca. El fútbol local tuvo ese día un protagonismo inmenso. También inimaginable de no haber sido por el bochorno en las horas previas al partido que no fue por culpa de la barbarie en Núñez. Esa inolvidable final cumplió ya algo más de dos años. El destino, tan caprichoso como generoso, ofreció la increíble posibilidad de que millonarios y xeneizes volvieran a estar cara a cara nada más y nada menos que en otro mítico escenario como el Maracaná. Pero ese guiño cómplice de la providencia quedó reducido a la nada y el fútbol argentino perdió una oportunidad histórica.

El calendario de la Copa Libertadores pareció empecinarse en otorgarles a Boca y a River la fantástica ocasión de ser nuevamente los actores principales de la definición. Ambos fracasaron en el intento. Sí, con diferencias notables en la forma en la que uno y otro quedaron en el camino, pero esa cuestión hace que sea todavía más significativa la eliminación.

River hoy se golpea el pecho incluso tras haberse quedado con las manos vacías. Enorgullece a sus simpatizantes la reacción anímica y futbolística del equipo de Marcelo Gallardo en el desquite con Palmeiras.

GALLARDO PIDIÓ UNA NOCHE ÉPICA Y ESTUVO CERCA DE CONSUMARLA.1

La actuación del VAR en la revancha les otorgó a los millonarios una cierta tranquilidad de conciencia, pues sienten haber sido perjudicados. Los fallos, que al fin de cuentas fueron acertados, alimentaron la polémica por la sensación de desnaturalización que ese instrumento tecnológico le confiere al fútbol. Pero en este problemático y febril siglo XXI no queda otra alternativa que lidiar -para bien o para mal- con ese invitado impuesto por la FIFA y aceptado por la Conmebol que no siempre cumple su teórica misión de reducir el margen de injusticia en las decisiones arbitrales.

Es cierto que las huestes del Muñeco cumplieron una actuación espectacular en San Pablo y ganaron 2-0. Ese desempeño digno de un gran equipo quedó ensombrecido por la pálida tarea en el duelo de ida en el Monumental. Esa noche, negra noche por cierto, River hizo todo lo posible para no parecerse a River y con la derrota por 3-0 condicionó su futuro. Los de Gallardo dilapidaron su oportunidad en su propia cancha. La reacción épica que reclamó el DT llegó, pero no bastó.

SABOR A NADA

Boca no hizo honor a su condición de pretendiente al título en la Libertadores. El equipo de Miguel Angel Russo jugó todo lo mal que se puede jugar en la revancha con Santos y perdió 3-0. Sin atenuantes, se le escurrió la posibilidad de acceder a la final como el agua entre los dedos. Lo peor del caso es que nunca procuró, siquiera, cerrar los dedos para evitar filtraciones. Se entregó, mansa y extrañamente a los designios de su rival.

BOCA NO HIZO PIE EN BRASIL.

Quedó flotando la idea de que cada vez que los brasileños se decidieron a atacar a fondo, llegaron al gol. Los xeneizes buscaron, pero sin la convicción ni el abanico de argumentos que podían acercarlos a un resultado distinto.

La apariencia de fracaso de Boca es contundente pues el 0-0 en el choque en la Bombonera le dejaba abierta la serie. Por supuesto empatar como local no es un gran negocio, pero el hecho de no haber sufrido goles en contra le otorgaba margen para avanzar en la competición hasta con una igualdad por cualquier resultado que no fuera con el marcador en blanco.

Incluso con esa aparente ventaja dada por la importancia de los goles de visitante, se dejó llevar por delante. Por eso, en estas horas en las que todavía tiene por delante la definición de la Copa Diego Armando Maradona contra Banfield para mitigar su pena, le quedó en los labios un molesto e indisimulable sabor a nada.

UNA DERROTA PARA TODOS

Palmeiras y Santos pugnarán por apoderarse de la Libertadores. Ninguno de los dos mostró un nivel que invite a aplaudirlos hasta que las manos queden deshechas. Son dos equipos comunes y corrientes. Era una Copa a pedir de River y de Boca. Por eso la sensación de que a los dos conjuntos más populares de la Argentina se les escapó una ocasión inmejorable para hacer historia es evidente.

En nuestro país todos palpitaban una finalísima con millonarios y xeneizes de un lado y otro de la cancha. Unos se imaginaban victoriosos en el Maracaná después de haber celebrado en el Bernabéu; otros soñaban con una dorada reivindicación. Jugadores e hinchas se aferraban con fuerza a ese deseo que se antojaba posible.

PALMEIRAS Y SANTOS DEFINIRÁN LA COPA LIBERTADORES.

También el periodismo deportivo local se veía jugando en ese templo del fútbol mundial. Porque hoy, aunque resulte absurdo, también los hombres de prensa salen a la cancha con la idea de que disputan su propio partido. Lo hacen desde la cada vez más desembozada costumbre de haber abandonado la proclamada imparcialidad que era condición indispensable en un pasado no demasiado lejano, vencida por el periodismo militante que habita además en el ámbito del fútbol.

Anticiparon distintos escenarios posibles, como si el arribo de Boca y River a la final fuera un trámite burocrático. Alentaron el tradicional enfrentamiento con la perecedera impresión de que son los únicos equipos que le importan a la gente que los ve, los lee o los escucha. Se equivocó el periodismo como lo hace muy seguido últimamente.

Ya es demasiado tarde para lágrimas. La final de la Copa Libertadores la jugarán Palmeiras y Santos. El fútbol argentino dejó pasar una oportunidad fantástica para volver a hacer historia.