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El fracaso de una gestión que no evitó la pobreza ni salvó vidas

Prefiero tener 10 por ciento más de pobres y no cien mil muertos». Quizás cuando Alberto Fernández pronunció esa frase el 11 de abril de 2020  jamás pensó que esa definición iba a abofetearlo apenas 14 meses después. La Argentina superó ayer esa cifra que el Presidente lanzó mientras inflaba el pecho jactándose de anteponer la defensa de la vida a cualquier variable económica. No hizo una cosa ni la otra.

A fines de 2019, cuando asumió la Presidencia, Fernández se encontró con un nivel de pobreza del 35,6%. En ese momento, claro está, para el nuevo gobierno la responsabilidad era de la gestión de Mauricio Macri.

La última medición del Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) determinó que el 45% de los argentinos es pobre.

Al mismo tiempo, se confirmó ayer que el coronavirus ya se cobró 100.250 vidas en el país. Las dos variables apocalípticas que enunciaba el Presidente se hicieron realidad.

A pesar de haber insistido durante más de un año que su autodefinido «gobierno de científicos» trabajaba para cuidar la salud de los habitantes de esta tierra, los números contradicen con brutal impiedad las afirmaciones cada vez más carentes de contenido del Jefe del Estado.

SE CUMPLIÓ LA PESADILLA DEL PRESIDENTE.

Las 100.250 muertes registradas desde la primera que se notificó el 7 de marzo de 2020 ubican a la Argentina en el patético 11° puesto entre los países con más decesos en el mundo.

Este ranking lo encabeza Estados Unidos con 607.399 víctimas fatales, seguido por Brasil (534.233); India (408.764); México (235.058); Perú (194.488); Rusia (141.335); Reino Unido (128.697);  Italia (127.788); Colombia (113.335); Francia (111.543) y Argentina.

Tal vez no se llegue a comprender la dimensión de esta catástrofe humanitaria si no se recurra a un parámetro que explique mejor la situación. Está claro que las diferentes densidades poblacionales le quitan valor comparativo a magnitudes que duelen de solo pensar en ellas. Entonces, para echar más luz sobre este tenebroso panorama, se cuentan las muertes cada cien mil habitantes.

En ese rubro el país, con 221,72 decesos, ocupa el 13° puesto del ranking con mayor cantidad de fallecidos por Covid-19 el mundo. Y en América latina aparece cuarta, detrás de Perú (598,23), Brasil (253,89) y Colombia (225,14), según los últimos datos de la Universidad Johns Hopkins.

Un aspecto que hace más sórdido el impacto de las muertes es que en febrero el total de fallecidos en el país era de 50 mil, lo que implica que en cinco meses se duplicó la fuerza letal del virus. Y confirma que más allá de los encierros eternos que se fueron ablandando, de la falta de conducta social, de la paralización de la economía y de la puja política en torno de la presencialidad escolar, lo que se requería era tener vacunas y testear todo lo posible para tener bien identificados los focos de contagio y de circulación viral.

VACUNACIÓN EN CÁMARA LENTA

Fernández y su por entonces ministro de Salud, Ginés González García, habían anunciado hace casi 12 meses que la aspiración del Gobierno era vacunar a 30 millones de argentinos antes de la llegada del invierno.

Se sabe, o al menos se está descubriendo en función de la incertidumbre que genera este virus que va mostrando su cruel rostro día a día, que la vacuna es la única herramienta cierta para combatir al Covid-19.

SPUTNIK V Y AEROLÍNEAS ARGENTINA, LA IDEOLOGÍA HECHA VACUNA.

Sin embargo, llegó la estación más fría del año y, según los datos de ayer, recién han recibido una dosis 20.934.210 personas. El número está muy lejos del auspicioso plan oficial de vacunación. Y se transformaría en una pésima noticia si se agregara el espinoso detalle de que solo 5.142.383 individuos han completado el proceso con las dos dosis. Porque, vale decirlo, formalmente hablando están vacunados quienes tienen el cuadro finalizado con las dos inoculaciones. El resto está en proceso de acceder a la protección esperada.

Para tener inmunizadas a 30 millones de personas era necesario disponer de 60 millones de dosis de Sputnik V -el caballito de batalla de la campaña oficial-, pero hasta el momento la cantidad de vacunas recibidas es de apenas 28.283.544, de las cuales se aplicaron 26.076.593.  El total que arribó al país comprende, además de la vacuna rusa, la china Sinopharm, la de Oxford-AstraZeneca y su variante india Covishield.  Si la Argentina se hubiese quedado aguardando que el presidente ruso Vladimir Putin cumpliera su parte del acuerdo, todo sería peor.

El Gobierno apostó tan fuerte por Sputnik V y en menor medida por Sinopharm que generó una polémica enorme en torno de los convenios no celebrados con el laboratorio Pfizer. Como corresponde a un país en el que la ideología va delante de la razón, el producto de la farmacéutica estadounidense y la compañía alemana BioNTech se convirtió en el punto central de la insólita disputa política entre el oficialismo y la oposición.

Sputnik V tiene una efectividad científica reconocida luego de meses de ausencia de información respecto de sus cualidades. Eso resulta tan innegable como que la fabricación del componente 2 es complicada tanto para los rusos como para la Argentina, que empezó a producirlo en los laboratorios Richmond. Y también lo es que no hacía falta un decreto presidencial para modificar una ley del Congreso que incluía una palabra que podía constituir un obstáculo para la compra de algunas vacunas.

Argentina necesitaba todas las vacunas posibles, no las que la ideología impusiera comprar.  De haberlas tenido, quizás hoy no estaría lamentando haber superado los cien mil muertos por coronavirus.  Y seguramente el Presidente no tendría que bajar la cabeza ante el fracaso de una gestión que permitió el aumento de la pobreza y no salvó vidas.