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¡Qué lindo es ver ganar al equipo del Pulga!

Allí están los jugadores de Colón gritando su alegría y su orgullo a los cuatro vientos. Sostienen en sus manos la Copa de la Liga Profesional 2021, su primer título. Entre tantas manos que acarician el trofeo que constituye el testimonio definitivo de la histórica goleada sobre Racing, están las de Luis Miguel Rodríguez. El Pulga es el símbolo de los sabaleros. Aun cuando sus orígenes se remonten a la ciudad tucumana de Simoca, se ganó el corazón de media Santa Fe. A los 36 años se transformó en el nuevo jugador del pueblo futbolero. Y su triunfo es el triunfo de todos.

Ya en los tiempos en los que se destacaba con la camiseta de Atlético Tucumán -el equipo que parecía su lugar en el mundo- se fue ganando la admiración de los hinchas. Tenía asegurada la de los simpatizantes propios y logró captar la del público neutral. La del público teóricamente neutral, porque nadie puede resistirse a ese juego que enaltece la noción de fútbol de potrero que atesoran los nostálgicos que añoran a los que no parecen formados por ese molde irreductible que acabó con la improvisación al servicio de la pelota.

EL PULGA BESA LA COPA OBTENIDA EL VIERNES POR COLÓN.

El Pulga tiene el encanto del jugador que podría ser cualquiera de nosotros puesto a jugador. No posee el físico puro fibra y horas de gimnasio que tanto se ve en las canchas argentinas y del mundo. Tampoco luce cortes de pelo que escapen a la lógica del antiguo peluquero de barrio. Nada de looks urbanos. Es pueblo. Es de tierra adentro. No sigue las tendencias de la moda. Parece antiguo. Es atemporal.

Rodríguez… no… Rodríguez no. Llamarlo por su apellido se antoja una limitación para reconocerlo. No es un Rodríguez cualquiera. Es el Pulga Rodríguez. Verlo en acción constituye una oportunidad para recordar a los que sorprendían en cada maniobra. Tal vez por su origen norteño, por su desparpajo con la pelota y por muchas razones más se le pueda encontrar un parecido con Ariel Ortega.

El Burrito fue un fenómeno irrepetible, de lo mejor que disfrutamos en estas latitudes en los últimos 25-30 años. Se parecen en el origen humilde y en esa picardía provinciana que es pura frescura. Nobleza obliga: el Pulga no está a la altura del Burrito. Pero los une cierto gen que sólo aparece en quienes aprendieron a dominar a la indócil pelota en los terrenos desparejos donde había que ser muy guapo para no perderla mientras se esquivaban las patadas de los brutos marcadores que no conseguían detenerlos.

Se hace difícil no tenerle cierto cariño al Pulga. Sus modos están muy alejados de sus colegas con ínfulas de estrellas que corren en las canchas de estas tierras. El brilla con perfil bajo y alta intensidad.

LOS SABALEROS FESTEJAN SU HISTÓRICO TRIUNFO.

Claro que no juega solo. Reducir el histórico éxito de Colón a la presencia del Pulga es un error inmenso. Sí, aportó ocho goles a la gesta sabalera. Pero este buen equipo que construyó Eduardo Domínguez también tiene a un arquero que se agranda en las difíciles como Leonardo Burián, mediocampistas rendidores como Federico Lértora y Rodrigo Aliendro, hombres experimentados de acciones en baja como Paolo Goltz y muchos actores de reparto que en otros equipos con más cartel quizás no serían considerados ni siquiera para un papel menor como Gonzalo Piovi, Alexis Castro, Gonzalo Escobar y Cristian Bernardi (¡qué golazo le hizo a Racing en la final!). También pibes que persiguen el sueño de hacerse un futuro grande como Facundo Garcés, Facundo Mura y Cristian Ferreira. Estos dos últimos se mudaron a Santa Fe buscando la continuidad que no tenían en Estudiantes y River, respectivamente, y se dieron el gusto de festejar un logro único.

El Pulga no estuvo solo. Cierto. Fue un pilar fundamental para sostener hasta el final la ilusión de Colón de hacer historia. Qué difícil es no depositar la mirada en él a la hora de identificar la fuente de las mayores virtudes del equipo de Eduardo Domínguez. Tal vez sea presuntuoso hablar del equipo del Pulga. ¡Pero qué lindo es ver ganar al equipo del Pulga!