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Nadal, amo y señor de Roland Garros

La imagen por repetida no deja de ser significativa. Se transformó en histórica. No remite al pasado. Es historia viva. Rafael Nadal volvió a reinar en el Abierto de tenis de Francia. Pasa el tiempo y nada cambia. Ya van 14 títulos en el segundo torneo de Grand Slam de la temporada. Una cifra asombrosa, sorprendente. Intimidante podría decirse. Una cifra que llama a una única y lógica conclusión: Nadal es amo y señor de Roland Garros.

El polvo de ladrillo galo es el patio de la casa de Rafa. Allí se siente feliz, inmenso. Insuperable. París hace rato que se rindió a los pies del español. Lo hizo por primera vez en 2005, cuando un por entonces joven de 19 años doblegó en la final al argentino Mariano Puerta.

NADAL Y MARIANO PUERTA, JUNTO A ZINEDINE ZIDANE EN 2005.

Quizás en ese momento nadie habría imaginado un domino tan arrollador. Podría haberse augurado un futuro venturoso para ese español que parecía un frontón que devolvía todas las pelotas y que las corría como si su cuerpo fuese inmune al cansancio. Pero 17 años más tarde pareciera que el tiempo se detuvo. Porque Nadal sigue siendo campeón en Roland Garros.

En 2006, 2007, 2008 y 2011 se impuso al venerable suizo Roger Federer; su gran rival de esos tiempos. En 2010 se deshizo del sueco Robin Söderling; en 2012 y 2014 dejó con las manos vacías al serbio Novak Djokovic -otro adversario de lujo- y en 2013 a su compatriota David Ferrer. Sí, Roland Garros era el coto privado de Nadal.

De pronto surgió un paréntesis por los problemas físicos que se interpusieron en su camino -como había sucedido en 2009-, lo hicieron retroceder en el ranking mundial y sembraron dudas sobre futuro, Rafa volvió con todo.

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Como si el tiempo y las lesiones fueran simples anécdotas, Nadal regresó a los primeros planos. Pero era un Rafa distinto. Ya no aparecía en escena como el incansable defensor que no daba una pelota por perdida, sino que su estilo había sufrido una magnífica metamorfosis. El nuevo Nadal seguía corriendo y devolviendo todo lo que tiraban, pero había desarrollado un repertorio técnico más depurado. Y entonces quedó en claro que el español también jugaba. Y jugaba bárbaro.

Así, el amo y señor de Roland Garros regresó a la final y batió en 2017 al suizo Stan Wawrinka, en 2018 y 2019 al austríaco Dominic Thiem y en 2020 volvió a ganarle a Djokovic.

El año pasado ocurrió algo llamativo: Nadal no accedió al partido por el título. En semifinales lo despidió Djokovic, quien se dio el gusto de celebrar en el polvo de ladrillo que es propiedad privada de Rafa al vencer en la final al griego Stefanos Tsitsipas.

Sí, el serbio le hizo morder el polvo de la derrota a Nadal en el Abierto de Francia. También lo había logrado en los cuartos de final de 2015. La primera vez que el español se despidió prematuramente fue por culpa de Söderling en los cuartos de 2009. Apenas tres veces en 17 años. Apenas tres veces en 115 partidos. ¿Cómo no pensar que Roland Garros no es la tierra prometida para Nadal?

NADA DETIENE A RAFA

¡Y vaya si lo es! Hace unas horas, a los 36 años, con lesiones que dejarían postrado -o al menos haciendo reposo- a cualquier mortal, Rafa no se detiene. Es un guerrero Nadal. Sufre desde siempre un mal que se hizo de público conocimiento solo porque lo padece él. Es la enfermedad de Müller-Weiss, un problema crónico de origen indeterminado en el que el escafoides sufre displasia y que, para que se entienda mejor, causa microfracturas por sobrecargas en huesos que se van debilitando día a día.

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Antes superó una fractura en las costillas con la que jugó la final de Indian Wells contra el estadounidense Taylor Fritz. En el medio hubo desgarros abdominales, tendinitis en ambas rodillas, dolores crónicos en esas articulaciones, la rotura del tendón rotuliano izquierdo, inflamaciones en las muñecas, una fisura en el codo derecho… Nadal se sobrepone a todo.

Solo de ese modo se explica que hace un rato haya demolido al noruego Casper Ruud en la finalísima de la edición 2022 de Roland Garros. El jugador nórdico, admirador desde pequeño del español, nada pudo hacer para impedir la 14a consagración de Rafa. Porque el campeón eterno del polvo de ladrillo francés protagonizó un partido perfecto, con pelotas altas y pesadas cargando sobre el lado del revés de su adversario. Claro que Nadal las corre todas y las devuelve, pero también entiende el juego como pocos.

La Copa de los Mosqueteros, el hermoso premio que se lleva el ganador de Roland Garros regresó, como siempre, a las manos de Rafa. Ya van 14 veces. Nadie sumó tantos títulos en la era abierta, es decir desde 1968. Por si fuese necesario aportar algún dato estadístico más, podría decirse que el español acapara 22 éxitos en torneos de Grand Slam, dos más que Djokovic y Federer. ¿Realmente vale la pena sumar ese número? Seguramente no. Por estas horas solo se habla de la final del Abierto francés. Y si ése es el tema, lo único que vale la pena mencionar es que Nadal es amo y señor de Roland Garros. Por los siglos de los siglos.

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