El coronavirus azota sin piedad a la humanidad. Se cobró una inmensa cantidad de vidas y desparramó sus efectos sobre un número descomunal de contagiados. También tuvo devastadores efectos en la economía. Eso sucede a nivel global. En la Argentina, además de estas consecuencias, expuso con brutal claridad la derrota de la clase política cuando intenta sacar réditos de un drama sanitario. En particular, dejó muy mal parado al Gobierno nacional, que no tuvo empacho en jugar todas sus fichas a la llegada de la vacuna y se entregó, mansa y ridículamente, a la militancia más insólita y ciega que derivó en un fracaso tan notorio como la fuerza del Covid-19.
Si bien varios laboratorios farmacéuticos se entregaron a febriles desarrollos para tener el agente inmunizador que enfrente en mejores condiciones posibles al virus, la administración encabezada por Alberto Fernández decidió concentrar todas sus fuerzas en la vacuna rusa. Con la conveniente aclaración de que el Gobierno había suscripto convenios con los productos de otras compañías, el Presidente se encargó de garantizar la provisión de inmunizadores para aplicar en una proporción de argentinos que en cada declaración pública se hacía más grande y abarcativa. Pero claro, la apuesta era la Sputnik V.
Fernández fue la cabeza de un operativo clamor para instalar la noción de que un acuerdo directo con su par ruso, Vladimir Putin, desembocaría en la llegada de la vacuna a la Argentina. Tanto es así que el 6 de noviembre se produjo un diálogo telefónico entre los mandatarios que se avizoraba como el ajuste de los detalles finales del vínculo.
Aunque la vacuna de la compañía estadounidense Pfizer y el laboratorio alemán BioNTech fue la primera en recibir la autorización de emergencia para ser aplicada en el Reino Unido y luego en otros países, y a pesar de que la de Janssen (Johnson & Johnson) se está aplicando entre voluntarios en la Argentina a modo de ensayo y de que, existe un acuerdo del Gobierno con el laboratorio británico AstraZeneca y la Universidad de Oxford para producir 150 millones de dosis en el país, todas las miradas estaban concentradas en Sputnik V.
La comunidad científica iba recibiendo, día a día, resultados de todas las vacunas en desarrollo. Desde Rusia no llegaban noticias. De pronto, se supo que era efectiva en un 92,4%, un valor similar a todas las que se habían conocido antes. Sin embargo, el producto del Instituto de Investigación Gamaleya exige un examen internacional pues la Federación Rusa no tiene protocolos de validación más allá de sus fronteras. Tampoco han aparecido publicaciones de sus bondades en al menos una revista científica de relevancia.
LA IDEOLOGÍA AL PODER
El interés del Gobierno por instalar la idea de que desde Rusia llegaría el agente inmunizador para librar en mejores condiciones la batalla contra el coronavirus instaló un inusitado debate ideológico. Desde la oposición criticaban su empecinamiento en la Sputnik V; desde el oficialismo defendían su actuación y dejaban en claro que no había que politizar el asunto.
«No preguntamos si la vacuna tiene ideología, preguntamos si salva la vida de los argentinos. Hoy sentimos que estamos más cerca de encontrar la solución al problema de la pandemia», postuló el Presidente para defender la compra de 25 millones de dosis.
«Es absurdo que se haya presentado como una cuestión ideológica» la vacuna contra el Covid”, lo siguió el jefe de Gabinete, Santiago Cafiero.
Lo cierto es que la firma del acuerdo se demoró más de lo esperado en función del optimismo oficial y recién se anunció el 10 de diciembre. Este hecho parecía ponerle freno a los pronósticos de que para fin de año la vacuna iba a estar en el país y permitiría inmunizar al menos a diez millones de argentinos, tal lo afirmado desde la Casa Rosada y el Ministerio de Salud de la Nación.
«Voy a vacunarme antes que nadie para que nadie tenga miedo», dijo el Presidente durante la conferencia de prensa que brindó junto al ministro de Salud, Ginés González García.
Fernández aclaró que se trata del «tercer contrato que la Argentina firma» para la adquisición de vacunas contra el coronavirus y detalló: «El primero fue con AstraZeneca de la Universidad de Oxford, el segundo con Covax, que es una dependencia creada por las Naciones Unidas, y el tercero es precisamente el que hemos firmado con el Fondo Soberano» de Rusia.
Cafiero, por su parte, aseguró que «apenas toque suelo argentino» la vacuna rusa Sputnik V se empezará a distribuir y aplicar”. El jefe de Gabinete dejó establecido que «estamos describiendo con mucha transparencia los contratos que ha firmado la Argentina para adquirir las vacunas. El contrato por la vacuna Sputnik V tiene tres fechas de entrega: una más pequeña en diciembre, una en enero y otra en febrero. Eso es lo que hemos firmado, y depende de que el envío llegue este mes» y descartó que «haya un apuro o búsqueda de efecto» en los anuncios del Gobierno respecto del plan vacunación contra el coronavirus, y afirmó: «Simplemente hemos informado con transparencia los contratos que hemos firmado».
Si hasta Máximo Kirchner, titular del bloque de Diputados del Frente de Todos, aprovechó la oportunidad para defender el Aporte Solidario de las Grandes Fortunas -en ese momento en debate y hoy ya aprobado por el Congreso- porque iba a servir para «conseguir más vacunas para que el impacto de la llegada de esa segunda ola (de coronavirus) sea lo menor posible».
«Organizamos el plan de vacunación más importante de la historia argentina», se enorgulleció González García, el mismo ministro que le temía más al dengue que al coronavirus.
PUTIN COMPLICÓ TODO
La vacuna rusa despertó esperanza, en especial cuando en el Hemisferio Norte cundía el pánico por la irrupción de la segunda ola del virus, más virulenta y letal que la primera.
En noviembre, el secretario de Calidad en Salud, Arnaldo Medina, dijo que se vacunaría primero contra el coronavirus “a los trabajadores de la salud, después a los mayores de 60 años y a los grupos de riesgo de distintas edades” y especificó que “no a los menores de 18 salvo que tengan algún riesgo específico”.
El jefe de Gabinete bonaerense, Carlos Bianco, afirmaba que la Sputnik V adquirida por el Gobierno nacional «será de aplicación voluntaria y bajo consentimiento». De paso, se instalaba la idea de que nadie sería obligado a aplicarse la vacuna.
Cuando hizo el anuncio, Fernández explicó que estaba prevista la vacunación de 300 mil personas antes de que termine el año, a lo que se sumarán cinco millones en enero y otros cinco millones en febrero.
Se hablaba de la «epopeya de la vacunación». El gobernador de la provincia de Buenos Aires, Axel Kicillof, anticipó que se preveía vacunar a casi seis millones de personas en su distrito durante seis meses.
Ya se había especificado el operativo para traer las vacunas. Aerolíneas Argentinas tenía listo el avión Airbus 330-200 que iba a partir el martes a las 3.30 y después de 34 horas -ida y vuelta- depositaría el esperado producto ruso en suelo argentino. La logística se antojaba descomunal e iba de la mano con una retórica que se ajustaba a la perfección con la épica kirchnerista.
Claro, pasó lo inesperado. «Las vacunas que están siendo administradas hoy entre la población general son para personas de un cierto rango de edad, y todavía no para personas como yo. Soy un ciudadano que cumple la ley. Escucho las recomendaciones de los especialistas y por tanto, aún no lo he hecho, pero está claro que lo haré en cuanto sea posible», admitió Putin el pasado jueves y detonó una bomba inesperada.
El mismísimo presidente ruso confirmó que la vacuna rusa no tenía resultados validados para mayores de 60 años, un grupo de riesgo al que la Argentina pensaba llegar en primer término.
La reacción del Gobierno, en sus distintos estamentos, fue instantánea. Había que salir a defender la gestión oficial.
Prudente, la secretaría de Acceso a la Salud, Carla Vizzotti, explicó que se «están terminando los últimos pasos para poder aprobar el uso de la vacuna en los mayores de 60 años” y ratificó que las gestiones apuntan a que las primeras dosis lleguen al país «antes de Navidad».
Vizzotti estaba en Moscú, adonde había viajado con una delegación de la Administración Nacional de Medicamentos, Alimentos y Tecnología (Anmat), el organismo encargado de aprobar la aplicación de la vacuna en el país. A esta altura surge un dato no menor: Sputnik V todavía no cuenta con el visto bueno para ser utilizado en la Argentina…
Al margen de esa cuestión que no es menor, en el país seguía la defensa a capa y espada de la vacuna rusa.
«Hay una absoluta distorsión en la traducción. Putin dijo que él tiene 67 años y que no se ha aplicado la vacuna porque por ahora los protocolos son hasta 60 años», explicó temerariamente Daniel Gollan, ministro de Salud bonaerense.
Su mano derecha, Nicolás Kreplak, se mostró esperanzado: «Esperamos de acá a fin de año tener autorización para los mayores de 60».
Desde la Provincia también llegó el mensaje del jefe de asesores del Ministerio de Salud bonaerense, Enio García, quien, más prudente, entendió «que cuando la vacuna rusa llegue a la Argentina ya estará aprobada para mayores de 60 años». García procuró limpiar la imagen del Gobierno al deslizar que todo fue «una falsa polémica».
En cambio, Iris Aguilar, jefa de Inmunizaciones del Ministerio de Salud de Mendoza e integrante de la Sociedad Argentina de Vacunología, redobló la apuesta. «Hay buenas noticias, no voy a desmentir a Vladimir Putin pero todo ensayo clínico tiene distintas líneas de investigación, se siguen grupos etarios, pacientes con distintas características raciales, étnicas y este ensayo también. La vacuna Sputnik V contra el coronavirus se podrá utilizar en personas mayores de 60 años», indicó.
Desde el Conicet, la especialista en vacunas Daniela Hozbor sostuvo que la vacuna rusa será aprobada para mayores de 60 años en ese país «en los próximos días». En ese sentido, reveló que «lo que tienen divulgado son los resultados del grupo de hasta 60 años, pero en divulgación no científica ya está incluido este grupo, aunque aún no tiene la aprobación y se espera tenerla en los próximos días».
El diputado nacional y presidente de la comisión de Acción Social y Salud de la cámara baja, Pablo Yedlin, sumó su aporte. Dijo que la fase 3 de la vacuna rusa contra el coronavirus podría estar lista «hacia fin de año» y admitió que tal vez «tenemos que revisar cómo estamos comunicando». El legislador reconoció que tenemos la sensación que, como no estaba terminada, no había datos suficientes para autorizarla en mayores de 60 años».
La titular del PAMI, Luana Volnovich, apareció en escena para decir que «la agenda del PAMI no cambió. Seguimos como estaba previsto. En enero, cuando esté el proceso administrativo y burocrático cumplido de la vacuna, vamos a vacunar a los afiliados aclarando que no es la vacunación habitual de la farmacia sino que la vacunación es nacional y provincial».
Quizás a esta altura sea oportuno refrescar un mensaje enviado por la vicejefa de Gabinete, Cecilia Todesca, cuando la efervescencia por tener la vacuna estaba en su esplendor y todavía el acuerdo con Rusia no estaba firmado. «Entiendo que estemos todos muy ansiosos, pero hay que mantener la calma porque lo vamos a ir resolviendo bien, ya que se demostró en esta pandemia que la Argentina tiene grandes capacidades en su sistema de salud. Tengamos confianza, lo vamos a hacer bien», prometió.
El sábado, el Presidente trató de llevar calma y ratificó que «sobre fines de diciembre vamos a contar con la vacuna rusa».
Tal vez también resulte conveniente citar a Alberto Fernández cuando hace poco, el 10 de diciembre, pidió cautela. «Hago un llamado a la reflexión; la vacuna no resolvió aún el problema». Tiene razón. No resolvió el principal problema: el de la militancia por la vacuna.