“¡O-le-le / o-la-la / Costas es de Racing / de Racing de verdad!”. En la intimidad del festejo, con la Recopa Sudamericana en sus manos, el plantel académico le dedicó ese canto a Gustavo Costas, el técnico que lo llevó a una nueva victoria internacional. Era una suerte de homenaje de un grupo de jugadores que decidió creer en su entrenador. Esos hombres le confiaron su futuro y él los condujo al éxito. Y es cierto: Costas es de Racing. De verdad lo es. Tanto como este Racing es de Costas. Hecho a imagen y semejanza.
Cuando la alegría gana la partida, muchas veces las palabras se tornan arriesgadas. Pasa lo mismo en los momentos de abatimiento o de ira brutal. Se dicen cosas que en otras circunstancias se habrían callado. Quizás en esos instantes el discurso se vuelva más transparente. Tal vez entonces la sinceridad gambetee a la hipocresía. Seguramente, en medio de la euforia, los futbolistas de Racing expresaron a viva voz lo que sienten en lo más profundo de su corazón.
El canto revela el secreto peor guardado y, al mismo tiempo, el más dulce en esta era de fútbol mercantilizado y desprovisto de sentimientos nobles. Costas es de Racing. Lo es desde la cuna. Goza, sufre y sueña como el más anónimo de los hinchas. Porque él es uno de ellos. Claro, él tuvo la suerte de jugar en Primera, de ser el capitán del equipo que regresó del infierno del descenso y de erigirse en una de las columnas defensivas del conjunto que ganó la Supercopa en 1988. Es parte fundamental de la historia.
Sí, también fue mascota del venerado Equipo de José. Por supuesto. Ese dato es irrefutable. Resulta imposible pasar por alto, además, que padeció la pérdida de categoría en 1983 y los años de vacas flacas y crisis institucionales. Hasta encabezó algunos procesos como entrenador que no se vieron recompensados por los buenos resultados. Este repaso no sirve más que para probar que Costas siempre estuvo ligado a la vida de Racing porque Racing es su vida.
Y esta Academia que en 2024 dejó atrás 35 largos años sin títulos internacionales con la obtención de la Copa Sudamericana y ahora acaba de quedarse con la Recopa, refleja con inusitada elocuencia lo que es Costas. Lo muestra como hincha y como entrenador. Tiene mucho de él. Tiene todo de él.
PASIÓN Y CONVICCIÓN
La pasión que el DT muestra cuando habla de su equipo, cuando canta como un simpatizante más y cuando corre y se abraza con el primero que se cruce en su camino a la hora de festejar no hace más que reflejar un amor incondicional. Eterno. Nadie se permitiría dudar de que quiere lo mejor para el equipo por una cuestión básica: la felicidad de Racing es su felicidad.
Al concretar el regreso a Avellaneda, Costas anunció que su intención era que el equipo ganara, que no le interesaba competir. Se trataba de una declaración del principios y la pronunció con tanta firmeza que convenció a sus dirigidos de que podían vencer. No basta con que un equipo sea bueno, también necesita estar seguro de sus fuerzas. Y este Racing sale a la cancha y juega como si el triunfo fuera el único resultado posible. Los futbolistas dejan el alma en cada pelota y, lo que se antoja mejor aún, muestran inteligencia y ambición para recorrer los caminos más directos hacia el éxito.
La Academia dispone de uno de los planteles de mayor riqueza del país. Aunque ese es un activo invalorable, está claro que en ocasiones no ganan los mejores. La bendita imprevisibilidad del fútbol hace posible que la sorpresa siempre esté latente. Pero Racing no dejó margen para las sorpresas. Cuando se decidió a perseguir la victoria, terminó aferrándose a ella con uñas y dientes. Con fútbol y con garra, con fe y con convicción. Con la pasión que le insufló Costas.
MÁS ALLÁ DE LOS SENTIMIENTOS
Reducir la influencia del entrenador a su condición de ferviente hincha implicaría incurrir en un pecado imperdonable. Costas le aportó a su equipo una identidad futbolística tan sólida como su propia condición de hombre de Racing. Los albicelestes saben a qué juegan. Tienen un estilo reconocible y en eso se nota la mano del DT. Se distingue la sabiduría de un DT que aprovecha al máximo las características de todos y cada uno de sus dirigidos.
No todo es alentar y arengar. En realidad, esos rasgos aparecen como una mínima porción de lo que Costas le da a Racing. El entrenador tomó decisiones, movió las piezas, diseñó una estructura firme y sacó rédito de los buenos rendimientos individuales. Siempre juega el que mejor está. Y con ese respaldo del entrenador, los titulares -y los suplentes cuando les toca entrar- dejan la vida por el equipo y por su técnico. Retribuyen esa confianza.
Se podría decir que Costas es un técnico de la vieja guardia. No viste trajes elegantes, ni se expresa con un discurso trabajosamente estudiado para no decir nada en concreto. No es un producto del marketing moderno. Tampoco se golpea el pecho mientras encabeza revoluciones futbolísticas de dudosa efectividad. No pelea contra molinos de viento para imponer dogmas tácticos. Si descubre que sus hombres se adaptan mejor a una línea de tres en el fondo, bueno… se hace eso. No fuerza esquemas antinaturales. Busca lo mejor para el equipo.
Uno de sus méritos más notorios es haber fortalecido la imagen de jugadores con poco cartel. Adrián Maravilla Martínez alcanzó su mejor nivel a las órdenes de Costas. Gastón Martinena evolucionó y se convirtió en algo más que un marcador de punta. Nazareno Colombo sepultó las dudas que generaba en el público y hoy es una garantía. Gabriel Rojas clausuró el lateral izquierdo y Maximiliano Salas cada vez juega mejor…
Pero eso no es todo: Luciano Vietto se pareció al Luciano Vietto de sus mejores tiempos, Gabriel Arias recuperó la seguridad que lo transformó en referente del equipo y Bruno Zuculini dejó River y aguantó sin chistar que en Racing lo sentaran en el banco de suplentes hasta que surgiera la oportunidad para dar muestras de su vigencia.
Y sí: Juan Nardoni dejó de ser una promesa para hacerse realidad, Matías Di Cesare se mostró firme en los cruces y un pibe como Santiago Quirós apareció casi de la nada y se ganó un lugar entre los once. Todo es obra de Costas. Más allá de que obviamente los jugadores hicieron su parte, sin el aval de un DT que confía al ciento por ciento en su plantel nada sería posible. Entre los futbolistas -que tienen edad como para ser sus hijos- y el técnico se forjó un lazo muy fuerte. Lo toman como un referente y sienten que deben jugarse por él. Disfrutan verlo feliz. No les molesta que sea el equipo de Costas, que el primer actor sea el DT. Se saben parte estelar del reparto, pero la figura es Costas. Porque, como ellos mismos lo anunciaron a puro canto: “Costas es de Racing / de Racing de verdad”. Y este Racing es de Costas, el entrenador que los llevó a la gloria.
