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Sodio, el gran enemigo

El consumo de sodio en Argentina duplica los valores sugeridos por la Organización Mundial de la Salud (OMS). Ante este escenario, y con el objetivo de modificar esta problemática, la reglamentación del etiquetado para productos procesados ya recibió media sanción de la Cámara de Senadores y pasó a la de Diputados. El tratamiento del proyecto suma voces a favor y en contra, pero, sobre todo, pone en foco el exceso de la ingesta de sal que es uno de los principales factores de riesgo de padecer enfermedades cardíacas en el país.

Aunque la OMS recomienda que el consumo de sodio no debe superar los cinco gramos diarios, los argentinos lo duplican, con entre 11 y 12 gramos de sal por día. Dana Watson, licenciada en Nutrición y docente de la Universidad Nacional de La Matanza, explicó que “la ingesta excesiva de sal constituye uno de los principales factores de riesgo para las enfermedades cardiovasculares. Se han demostrado efectos positivos ante la disminución del consumo de sodio sobre los niveles de presión arterial, riesgo de infarto y mortalidad a nivel poblacional”.

Según la última Encuesta Nacional de Factores de Riesgo el indicador de sal agregada en la mesa y en la cocción “siempre” o “casi siempre” se mantiene estable desde el 2013. “Si bien el consumo de sal agregada, un hábito fuertemente cultural, resulta importante para reducir estos índices, debe tenerse en cuenta que dos tercios del consumo de cloruro de sodio proviene de productos procesados o envasados, y no del salero”, subrayó Watson.

“Panes, galletas saladas, carnes procesadas como los fiambres y embutidos, productos de copetín (palitos, chizitos, papas fritas, entre otros), así como también en condimentos como la salsa de soja o los caldos deshidratados, son algunos de los tantos productos que contienen sodio”, distinguió la especialista en diálogo con Agencia de divulgación científica de la Universidad Nacional de La Matanza (ACTyS-UNLaM).

Desde 2013, el país cuenta con la Ley Nacional de Reducción del Consumo de Sodio (Ley Nº 26.905), que dispuso una disminución considerable del sodio en algunos alimentos procesados. En línea con esta normativa, desde hace varios años, diversos colectivos civiles reclaman una ley para el etiquetado frontal.

LA VÍA LEGISLATIVA

El proyecto ya fue aprobado en el Senado y espera su tratamiento en Diputados.  El objetivo de la iniciativa es que las empresas tengan la obligación de incorporar en la cara principal del producto un sello octogonal que alerte al consumidor sobre el alto contenido de sodio, grasas o azúcares agregados que hay en el paquete. De esta forma se espera que la población reduzca estos consumos y que las empresas se vean tentadas de trabajar con alimentos más saludables para compensar esas pérdidas.

«Existe una gran variedad de sistemas para lograr este objetivo. El que se propone en Argentina es el de advertencia, con la palabra «exceso», con octágonos negros en el frente del envase, utilizando el Modelo de Perfil de Nutrientes que recomienda la Organización Panamericana de la Salud (OPS), que establece los puntos de corte para los siguientes nutrientes críticos: sal, azúcares, grasas saturadas, grasas trans y grasas totales», señaló Watson, docente del Departamento de Ciencias de la Salud de la UNLaM.

«Es importante destacar la utilidad del Etiquetado Frontal de Alimentos en términos de ofrecer información clara a los consumidores acerca del contenido de los diferentes nutrientes críticos al momento de realizar la compra. Esto debe acompañarse de campañas de educación alimentaria-nutricional, ya que nuestra alimentación y decisión de compra depende de numerosos factores. Es necesario trabajar de forma articulada entre los diferentes sectores relacionados con los alimentos y generar estrategias de manera integral», concluyó la especialista.

Pero así como el sodio está en la mira, también la ley provoca controversias pues sus detractores sostienen, entre varias objeciones, que el sistema de sellos negros no se pronuncia respecto de los aspectos positivos de los alimentos, que estigmatiza a los comestibles procesados y que no tiene una incidencia directa en el mejoramiento de la alimentación, ya que el consumo de alimentos procesados no constituye el mayor problema en la Argentina, sino el exceso en la ingesta de algunas sustancias como el sodio.