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Más allá del tumor y la quimioterapia

En el marco del Día Internacional del Cáncer Infantil, una jornada de concientización que se da cada 15 de febrero, Marisel Gutiérrez, doctora en Psicología con Orientación en Neurociencia, destaca la relevancia de la Neuropsicología y la Psicooncología pediátrica, dos áreas poco integradas, pero que ya se han abordado desde la investigación, incluso bajo el término conjunto de Neuropsicooncología.

“En las últimas décadas se ha producido un gran avance en el diagnóstico y tratamiento del cáncer, pero también tenemos que atender a lo que sucede a nivel psicosocial y neurológico, que deja importantes consecuencias”, señala la becaria postdoctoral del CONICET.

Pero, ¿de qué se ocupa, en definitiva, este campo de trabajo? “Se trata de una fusión entre la neurología y la psicología que se aboca al acompañamiento de pacientes menores de edad que reciben un diagnóstico de cáncer. Su objetivo es promover un enfoque interdisciplinario que brinde apoyo psicosocial y que asegure la mejor calidad de vida posible al atender las secuelas neurocognitivas y sociocognitivas”, explica Gutiérrez, en diálogo con la Agencia de divulgación científica de la Universidad Nacional de La Matanza (ACTyS-UNLaM).

“Pocos son los centros del país que cuentan con el servicio de oncología pediátrica por lo que, en muchos casos, los niños y sus familias tienen que viajar bastante para acceder a tratamientos. Esto ocasiona múltiples pérdidas, porque los niños no solo dejan de asistir a sus escuelas y dejan de vivir en su hogar, sino que se ven alejados de sus amigos, su familia, sus cosas. Además del desarraigo, en este otro lugar pasan por un proceso médico invasivo y doloroso”, destaca Gutiérrez, quien es doctora en Psicología con Orientación en Neurociencia.

Este escenario resulta desafiante para muchos niños y niñas, por lo que contar con la asistencia de un especialista puede hacer la diferencia. “Los psicooncólogos están preparados para abordar diversos aspectos psicosociales que van desde la comunicación familiar y la relación entre los padres y los médicos, hasta cómo manejar el dolor o encarar la vuelta a la escuela tras recibir el tratamiento”, detalla la investigadora del CONICET y del Centro Interdisciplinario de Investigaciones en Ciencias de la Salud y del Comportamiento de la Universidad Adventista del Plata (CONICET-CIICSAC-UAP).

MARISEL GUTIÉRREZ, DOCTORA EN PSICOLOGÍA CON ORIENTACIÓN EN NEUROCIENCIA.

Por otro lado, la Neuropsicología, quizás la menos desarrollada de ambas en el campo de la oncología, puede contribuir con el abordaje de los efectos neurotóxicos que dejan los tratamientos y que pueden afectar al desarrollo cognitivo del niño. “Tanto el cáncer como la quimioterapia impactan negativamente en el cerebro. Estas secuelas, que pueden quedar a nivel cognitivo, se vuelven más urgentes de tratar si el paciente es un niño en etapa de escolaridad”, plantea Gutiérrez.

“La quimioterapia -explica- no diferencia las células malignas de las no malignas y esto, si bien combate al cáncer, genera daños en todo el cuerpo. Por ejemplo, el segundo tipo de cáncer más frecuente en niños es el que afecta al sistema nervioso central, es decir, que lo que se ataca es al cerebro. Los perfiles neuropsicológicos relacionados con este tipo de cáncer, así como los tratamientos para atacarlo, pueden dar lugar a diversos impedimentos a nivel cognitivo”.

UN PROBLEMA QUE SE PUEDE ATENDER A TIEMPO

El cerebro de los niños es delicado, pero también tiene plasticidad y es maleable, es decir que podemos modificar su funcionamiento y estructura en respuesta a cambios o factores externos e internos. Gutiérrez explica que “la identificación temprana de problemas en el área cognitiva permite intervenir prematuramente y, así, se podrían prevenir secuelas más graves”. En sus publicaciones, la investigadora del CONICET destaca una herramienta para abordar el problema a tiempo: una evaluación neuropsicológica anual.

«La evaluación del perfil neuropsicológico es fundamental para valorar el funcionamiento de las capacidades cognitivas requeridas para que la persona se desenvuelva en su vida diaria. Esta evaluación debe poder dar cuenta de los cambios cognitivos del paciente y debe ser exhaustiva ya que evalúan áreas como la inteligencia, la atención, las funciones ejecutivas, la memoria, el lenguaje, las habilidades visuoperceptuales y visuoconstruccionales, así como la cognición social, entre otras”, señala Gutiérrez.

“Otra instancia recomendable dentro de la evaluación -continúa- son las medidas de auto-reporte, es decir, escalas en las que el propio paciente notifica las dificultades que tiene. Estas dan cuenta de forma más natural del comportamiento del paciente a la hora de atender a los problemas diarios”.

Gutiérrez destaca que son muy importantes, ya que los pacientes pueden reportar una mayor variedad de déficits en la vida cotidiana, como la memoria de trabajo, la flexibilidad cognitiva y el control inhibitorio, entre otros aspectos. Estos pueden aparecer en las medidas de autoinforme, pero, en algunos casos puntuales, no necesariamente se identifican en las pruebas neuropsicológicas.

La investigadora sugiere que, sobre todo en la infancia, estos reportes sean complementados con la evaluación de terceros. “Por ejemplo, los padres, madres o maestros tienen un rol sumamente importante, ya que los niños pasan buena parte de su tiempo con ellos. En el caso de los niños con cáncer las maestras hospitalarias tienen mucho que aportar acerca de las cuestiones cognitivas que observan”, puntúa.

Gutiérrez destaca que es fundamental que se dé una articulación entre los equipos de investigación y los profesionales de la salud para potenciar la producción científica y mejorar estas herramientas de detección, control y seguimiento. “Hay que promover espacios multidisciplinarios y de intercambio, porque este tipo de trabajos favorecen mucho a la calidad de vida de los pacientes”, concluye la investigadora.