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La mejor lección posible después de Putin

Por Luciano Mondino *

Una vez que las armas se silencien y los bombardeos cesen, la mejor lección posible para Occidente es autoconvencerse, como también convencer a muchos, de que el mundo que se conocía hasta hace algunos años ya no existe y que hoy, al menos económica y productivamente, las principales democracias occidentales dependen casi exclusivamente de los autoritarismos. En el presente, recién estamos empezando a contabilizar los daños que ha generado haber establecido sistemas en los que, por mera consecuencia de los juegos de poder o por creer que el pragmatismo puede no tener límites morales, los recursos energéticos están al resguardo de sistemas políticos monárquicos, estados policíacos donde la violación a los Derechos Humanos son  una política de Estado, donde los mitos fundacionales y el revisionismo histórico pueden justificar desmembramientos de los estados en pleno siglo veintiuno, entre otras cosas.

Solo para graficar esto último: este año en Catar se juega una nueva edición de la Copa Mundial de Fútbol mientras tendrán lugar los clásicos castigos físicos y penas por infidelidad, relaciones sexuales extramaritales o con personas del mismo sexo. Unos días antes de que Rusia invadiera Ucrania dieron inicio los Juegos Olímpicos en otro de los países más señalados y denunciado por la violación a los Derechos Humanos y las libertades individuales: China. Desde la persecución sobre los uigures, una etnia musulmana que habita al noroeste, hasta la persecución, manipulación informativa y amenazas sobre Taiwán y Hong Kong, el Partido Comunista Chino se ha encargado de proponer nuevos liderazgos regionales y globales basados en la cuestionable premisa de que las reglas del mundo ya no pueden ni deben ser escritas, únicamente, desde Occidente.

Casi con sorpresa, la opinión pública internacional comenzó a tomar dimensión de la represión en las protestas en Rusia, especialmente las acontecidas a Moscú, como respuesta inmediata y de rechazo a la guerra de Putin. Tras miles de detenidos, según estimaciones oficiales, las represiones y detenciones fueron la forma que encontró el régimen para, junto con el cerco informativo, unificar y dar por cerrada la discusión sobre la invasión. No se habla de guerra sino de operación militar. No es una invasión sino una desnazificación. No hay un gobierno en Ucrania sino que existen personas que usurpan el poder. En definitiva, la mixtura histórica fue, otra vez, el arma de Putin para justificar su acción.

Entre la batería de sanciones propuestas por Estados Unidos y las capitales europeas aliadas dentro de la OTAN, la interrupción de la importación de petróleo ruso implicó un cimbronazo para todo el mundo porque exponía a los propios ojos del mundo el error que significaba haberle dado a Putin el dominio total sobre un recurso fundamental. Sin embargo, es llamativo que, frente eso, desde el gobierno de Estados Unidos, cercanos a Joe Biden hayan manifestado la necesidad de retomar relaciones con Nicolás Maduro. El presidente de Venezuela, denunciado e investigado por haber cometido delitos de lesa humanidad, puede ser uno de los reemplazos para el suministro de petróleo.

El caso de la República Islámica de Irán también es paradigmático porque, mientras los bombardeos en Ucrania se incrementan, los enviados iraníes en Viena están presionando por el cese de las sanciones económicas que afectan al país con matices desde el 2003 pero que estaban colocadas para evitar el desarrollo de un programa nuclear con fines ofensivos regionales. Esto, especialmente para el Estad de Israel, genera mucha vigilancia expectante en el mundo: Si el suministro de petróleo deja de llegar por Rusia por considerar que Occidente debe dejar de financiar a la tiranía de Putin, ¿entonces sostener a los Ayatolá o a Maduro es una opción viable?

Garantizar una correcta lección de por qué el mundo llegó a afrontar una guerra en Ucrania cuando, en realidad, ha sido una de las guerras, quizás, más anunciadas de la historia.  

El concepto de pragmatismo mal utilizado, o tergiversado, en las relaciones internacionales impide una correcta lectura del mundo en el cual vivimos y no permite entender el real peligro que implica que las democracias liberales puedan ser cuestionadas y atacadas por quienes las desprecian. Aun con luces y sombras, matices y puntos que corregir, no hay dudas de que el mundo en el cual viven la gran mayoría de los países occidentales es el mejor mundo posible frente a los autoritarismos y las teocracias de Oriente.

Con la invasión a Ucrania desde el 24 de febrero y la evidencia, otra vez, de que el sistema internacional tiene reglas que revisar, los países democráticos entendieron que el mundo ya no es democrático y que la paz universal y duradera es, como mínimo, una quimera. Sin embargo, el futuro será mucho más próspero si los países occidentales comienzan a pensar cómo tratar, en serio, con los dictadores que surgen y que son cada vez más.

* Máster en Política Internacional y experto en terrorismo y crimen organizado